sábado, 16 de abril de 2011

Primera etapa: 15 abril 2011. Camino de Vila Nova de Cerveira

Saliendo del Stop, un restaurante que vale la pena conocer
Ya hemos comenzado la aventura, si se le puede llamar así. Cargamos las bicicletas y los bártulos en el coche y a las 10 y cuarto estábamos saliendo de Pontedeume haciendo un rápido repaso mental de las cosas que nos parecía importante que no se quedasen. No encontramos ninguna. Eso nos permitió dirigir la conversación hacia lo que nos esperaba, la etapa de hoy, la temperatura, los diferentes puntos del recorrido, los sitios en los que vamos a alojarnos, la añoranza de tantos fines de año pasados en Portugal con toda la familia cuando vivían mis padres y otra serie de temas. Se nos pasaron un par de horas rápido y casi sin darnos cuenta estábamos entrando en Portugal. Lo primero que hicimos fue acercarnos a la estación para saber qué trenes había para hacer el martes el regreso desde Porto y para enterarnos si habría alguna dificultad con lo de las bicicletas, que nos dijeron que no. Una vez solucionado el asunto nos dispusimos a comenzar la andadura. Nos pareció que un buen sitio para dejar el coche era la calle que sube a la fortaleza de Valenca, aparcamos a mitad de la cuestafrente a una fuente de piedra, bajamos las bicis, las montamos y engrasamos, les pusimos las alforjas y sin muchos preámbulos arrancamos. Ya teníamos ganas. Se nota. Las primeras pedaladas cuesta abajo y luego enfilamos la calle recta que nos sacaría directamente de Valenca hacia la N13. Una parada para los primeros ajustes, un ruidito que hace el freno de mi rueda delantera, el cuentakilómetros de Lola que no funciona porque la rueda está montada al revés y lleva el sensor en el lado contrario y alguna otra chuminadita más. Otra vez en marcha. Me siento a gusto pedaleando. La carretera no es nada especial, bien asfaltada, con arcén amplio, bastante plana y con algo de tráfico, pero soportable. Nos parecen muy cortos los cinco kilómetros hasta el Stop, el restaurante donde teníamos interés en comer. Está casi vacío. Es la una menos veinte, hora local (dos menos veinte en España). Pedimos el bacalhau a la brasa (13,50 €) con el que veníamos soñando (que nos da la sensación de que no está tan bueno como otras veces) y un arroz con carne (4,50 €) que nos parece realmente delicioso. Eso con una botella de agua y una cerveza pone finalmente la cuenta en 20,10 €. No tiene mucha gracia lo de ponerse de nuevo a pedalear con la tripa llena, pero se nos olvida al cabo de unos minutos. Nos paramos a preguntar en la recepción de un hotel si hay alguna carretera que nos permita hacer el recorrido hacia Cerveira en paralelo al río Miño. La chica consulta con varias personas y concluyen que no hay ninguna posibilidad. Retomamos la marcha y la carretera. Hacemos el recorrido sin percances.
La entrada en Viala Nova de Cerveira está cortada por obras. La vuelta nos obliga a entrar por la Avenida dos Pescadores (frente a las barcas, éstos se afanan en repasar las redes a orillas del río) y desembocamos en el Aquamuseu do río Minho, unas divertidas instalaciones al aire libre, de las que vienen a disfrutar alumnos de los colegios de la zona. De regreso hacia el centro pasamos por delante de la oficina de turismo, a la que entramos para tener algo de información y de paso aprovechamos para ver una exposición de pintura en la misma sala. Nos acercamos a Residencial Rainha do Gusmao en donde estamos alojados. Es una habitación pequeña pero luminosa y limpia. Está bien. Subimos con las bicis al hombro por una escalera estrecha para dejarlas aparcadas en una especie de almacén. Después nos vamos a la habitación 202, nos duchamos, nos cambiamos ponemos las piernas en alto un ratito y decidimos salir andando a reconocer el lugar. Es un sitio pequeño. Nos paramos en la plaza a tomar aire y una fanta de limón en una cafetería frente al Castelo. Hay poca gente. Se está a gusto. Después nos metemos por las callejuelas del caso antiguo frente a la iglesia y nos sorprenden las casas de piedra y el mimo que le ponen los comerciantes a la decoración de las tiendecitas de diverso tipo, a espaldas de la muralla que circunda el Castelo. Entramos en una de ropa (toallas, albornoces, etc,) puesta con un gusto exquisito aprovechando la vegetación que crece entre la piedra milenaria y contrastando muy acertadamente con una decoración a base de madera y cristal como materiales principales. Hablamos un poco con la propietaria y la felicitamos por el acierto y por el gusto. Después entramos en otra con mermeladas naturales, conservas, libros, montada en una especie de ultramarinos antiguo muy reformado y con colores pastel muy agradables. La villa está salpicada de esculturas por todos los rincones. Son obras donadas de artistas portugueses. Una forma interesante y barata de engalanar artísticamente la ciudad. Paseamos sin prisa por las calles y descubrimos por detrás del castillo un rincón antiguo muy bien conservado entre casas de piedra al lado de una capilla, en cuya sombra unos adolescentes juegan a la baraja. Pasa el tren muy cerca de la capilla y de ellos. Seguimos caminado un poco más pero pronto decidimos acercarnos hasta nuestra residencia a tumbarnos un rato y descansar. Así lo hacemos. Volvemos a salir a eso de las 8. Damos un paseo largo y terminamos sentándonos en la placita a tomar un vino rico (Porta dos Cavaleiros) y una pizza. Con dos cafés hacen 10,30 €. Nos recogemos a las 10 y cuarto. Leemos y escribimos un ratito y nos dormimos pronto. Acaba la primera etapa. 

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